viernes, 16 de julio de 2010

CAMBIOS NECESARIOS

Como simple observador, me asombra cuando viajo en ferrocarril, cosa que no me ocurre muy a menudo y constato que, sea la que sea la línea por la cual me traslado, ver la enorme cantidad de personas que se movilizan en forma agitada y precipitada.
Si es para bajar del tren, hay que abrirse camino a la fuerza y lo mismo ocurre si es para subir, especialmente en las estaciones terminales. Hay en ello una manifestación muy cruda de una falta de un mínimo respeto, que día a día, se acrecienta y que induce a acrecentar el mal humor, sino la ira, de los usuarios.
Se trata, casi totalmente, de personas adultas cuyo raciocinio y comportamiento no está, en término generales, a la altura de lo que pueda llamarse un adulto civilizado. Hay en esa conducta un fondo atávico de un cierto grado de brutalidad.
Esta es una constatación diría que permanente y que, de hecho, no tiene motivo alguno que justifique tamaña prepotencia. Costaría exactamente lo mismo y sería mucho más gratificante para cualquiera de los pasajeros la deferencia y la tolerancia que deberían formar parte de la conducta del día a día de toda persona.
Esta conducta, relativamente agresiva, provoca a posterior un estado de ánimo que ensombrece el buen humor que forma parte del carácter de la mayoría de las personas. Esos indebidos empujones, especialmente recibidos por la mañana, cuando se dirigen a sus respectivas tareas, ya provocan un estado de mal humor, que poco o mucho, trascienden a buena parte de la jornada, sino a toda ella. Lo mismo sucede al regreso al hogar en donde las “Mathers o Pather” familias, llegan malhumorados debido a las mismas causas.
Cuanto bien nos haríamos a nosotros mismos y a nuestro entorno si no llegásemos con esa malhumorada predisposición tanto a los lugares de trabajo como al regreso al hogar.
Es indudable que este superficial panorama no tenga un origen circunstancial, sino que seguramente, obedece a parte de los años de escolaridad primaria. Es en esa edad y circunstancia donde la educación, antes que la cultura, penetra las mentes y se enclava en ellas las buenas maneras que la sociedad debe y desea transferir a las mentes más jóvenes. Es en esa única circunstancia en la que empieza a abrirse camino e implantarse algunas ideas y conceptos en las mentes infantiles cuando hay que hacer más que lo posible para que en las mismas se introduzcan conceptos que permitan posteriormente una conducta racional y humanística. Si en lugar de ello se crea un ambiente, en ese medio infantil, en donde lo que domina es el gesto y la palabra agresiva, es indudable que se está preparando a un futuro, o quizás, no tan futuro agresor social y donde constato cada día con más asombro este tipo de conductas, algo deshumanizadas, (por suerte, no generalizadas) es particularmente en casi toda la periferia del gran Buenos Aires. Tanto así que asombrosamente en más de una oportunidad y hablando con turistas extranjeros, me ha tocado oír comentarios casi ofensivos, pero que no obstante, corresponden a ciertas actitudes provocadas por esa manifiesta mala educación.
He escuchado comentarios de franceses y americanos diciendo: “tenemos la impresión de que este país no es Argentina, que es boludolandia ya que por cuanta calle hemos paseado especialmente a la salida de los colegios secundarios o universidades, lo que si hemos escuchado salir de todas las bocas, chicas y chicos, es: “mira boluda, o mira boludo” nada se comenta, nada se dice en la que esa interjección no se pronuncie en reiteradas oportunidades, luego nuestra pregunta es: ¿Por qué, a qué obedece tamaño menosprecio cuando es usado dirigiéndose a un semejante que se supone amiga o amigo…?!!!
Esto que es un hecho excesivamente repetido, prueba en forma muy concreta el deterioro de la conducta y la marginalidad educativa. No hay nada que sea perceptible que justifique tamaña actitud, y si bien es muy probable que cuanta orientación pretenda darse en las escuelas para eliminar esas conductas trasgresoras, lo fundamental para que esto tenga alguna posibilidad de éxito, debe producirse en el medio ambiente familiar y social, y además, en lugar de gastar dinero en publicidades soeces, groseras e impertinentes, se gastara en trasmitir mensajes que reprueben estas malsanas conductas.
Sabido es, por desgracia, que los mensajes televisivos sobre todo los peores, los más soeces, son los que más impactan a las nuevas generaciones. Y ese es otro importantísimo y trascendental detalle a tener en cuenta. No se trata de censura o no censura, se trata de que el mensaje sea útil y gratificante para quien lo reciba.
Si esos factores mínimos de conducta fuesen observados en forma generalizada, lo que realmente no costaría esfuerzo alguno, es indudable que a corto plazo iríamos notando una mejora progresiva en la conducta social. Si somos concientes y racionales es de esperar que así lo hagamos.


Sócrates

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