lunes, 21 de junio de 2010

Tiempos presentes

Estamos asentados sobre el último tramo de algo que pretende ser EL MAYOR GRADO de civilización y cultura conocida. Si consideramos esta cultura bajo el concepto de adelanto técnico y científico, probablemente tengamos razón. Si lo analizamos bajo el aspecto humanitario, debemos considerar que estamos completamente equivocados.
Todos los grandes y reales procesos científicos integrados en nuestra sociedad nos permiten únicamente analizar nuestra existencia única y exclusivamente bajo ese tamiz y también considerando bajo su propio tamiz la evolución humana, con todos los componentes que la integran, lamentablemente aun estamos al nivel del hombre de Cromagnon.
Dado los miles de años de aculturamiento es de suponer, caso de existir una lógica en la evolución humana, que deberíamos encontrarnos en un mundo en el que el entendimiento, la comprensión y una relación dinámica y cordial debieran regir en forma absoluta entre los habitantes del planeta. En este campo, la evolución debiera ser unidireccional, en lugar de esto, nos encontramos, especialmente, en las últimas generaciones, con un terrorífico panorama, en el que, no solamente se pierden millones de vidas en los campos de batalla, sino que además se mueren millones de niños y adultos por hambre y enfermedades. Ante semejante hecatombe social, reiterada angustiosamente en cada esquina en donde se produzca cualquier tipo de acontecimiento social es una evidente prueba de que estamos muy lejos de todo lo que se pueda llamar CIVILIZACIÓN.
En cambio, lo único que hemos sabido hacer, en cuanto a este entendimiento se refiere, es crear más diferencias, más odios, más antagonismos y, como no, más muertes. Si bien hubieron momentos históricos en que esto podría tener alguna que otra circunstancia positiva, hace siglos que, de hecho, esto no existe. Más bien lo contrario. Existe cada día más y más un mayor conocimiento del otro y de su entorno por lo que no hay excusas que justifiquen la maldad humana.
Es palpable que en ciertos medios, pequeñas partículas de la sociedad reaccionan de forma altruista ante la existencia y persistencia de una intensiva degeneración social que provoca las mayores tragedias que se manifiestan por doquier hoy en día. Esta es la reacción positiva que debiera producirse concientemente en todos los medios sociales activos: se esta muy lejos de este objetivo.
La tergiversación, el divisionismo y la distorsión generalizada que existe en los centros dominantes, sean políticos, religiosos o económicos son los factores que determinan, por su importancia y consistencia permanente, el que las sociedades humanas no lleguen a una armonía que auspicie una convivencia gratificante: la política es el elemento utilizado para proyectar el dominio de unos pocos, cuya capacitación real para ejercerlo se ha manifestado a través de los tiempos negativa, no obstante, a través de todos los tiempos y en sus diversas versiones, el sistema del dominio político ha permanecido. En su momento, con la intensa colaboración de los otros poderes, ejerciendo el religioso. como acompañante permanente del político.
La introducción en las sociedades post-grecorromanas de las religiones monoteístas inicia el recorrido de un calvario social que permanece hasta nuestros días. Cualquiera de las tres conocidas religiones: judaica, católica apostólica e islámica han sido y son vehículos que únicamente han servido y siguen sirviendo para crear los mayores problemas que la humanidad ha sufrido desde que apareció sobre la faz de la tierra.
El que esto se produjera y persistiera a través de los siglos, sigue probando la absoluta incapacidad de los seres humanos para ni tan siquiera auto conocerse y, mucho menos, entenderse.
El tiempo y el desarrollo material nos lleva al tercer elemento de poder: el económico. Es cuando llega el momento de un proceso de creación de riqueza auto valorada circunstancialmente por los integrantes de ciertos grupúsculos que entran a valorar productos que representan, de por sí, ciertos grados de riqueza que son socialmente adjudicados como elementos únicos dentro de los valores que socialmente pueden apreciarse. No se valoran los alimentos ni los enceres ni los útiles: se valora el oro, las joyas, las piedras preciosas. La obtención de estos productos provoca guerras, robos, asesinatos. Lo importante era la posesión de objetos integrados por estos elementos. No importaba ni importa su utilidad o valor real y si importa absolutamente, los valores que determinan quienes los poseen. Implicando con ellos enormes diferencias y rivalidades a los efectos de poseerlos.
Luego, no cabe la menor duda que los asentamientos de los distintos poderes, sumados o no, implica una determinada convergencia de los mismos sirviendo los unos de apoyo a los otros, originando con ello el dominio de las sociedades existentes, sus rivalidades y la real carencia de un sentimiento que podría originar una convergencia humana hacia un desarrollo generalizado que hoy, más que nunca, debido a la extraordinaria eclosión de los factores científicos y técnicos, debiera procurar a los habitantes del planeta una convivencia acorde con una condición humana a los niveles propios en los que debería existir.
A cambio de esa, que debería ser su automática y ética vivencia, está condicionada por los citados valores determinantes, en su inmensa mayoría, a existir en condiciones, cuya más próxima comparación sería la que nos puede proporcionar el CAVERNÍCOLA.
De no ser así, podemos buscar puntos de referencia, patentes hoy, con los pueblos Africanos, en como viven enormes proporciones de los pueblos Hindúes, lo mismo sucede con buena proporción de los pueblo centro y sur americanos y lo mismo puede decirse, aunque quizás en un cuadro menos desgarrante, algunas sociedades del este Europeo y del oeste y centro de Asia.
En muchos de estos casos los problemas de subsistencia y desarrollo tienen buena parte de su origen en el factor económico, quizás en gran proporción producido por los intereses espurios de explotaciones de un alto grado de rapacidad económica, sumado a la incompetencia y la corrupción política, con los consabidos ingredientes, que influencian religiosamente a determinados grupos. Este oscuro panorama se desarrolla intermitentemente en buena parte de la geografía terráquea y hace que los pueblos vean coartado su desarrollo y su armonía.
Dado que son los poderes dominantes los que se supone deberían promover y favorecer la cultura y el conocimiento, luego, la base necesaria para que los pueblos adquieran un estado de conciencia y obtener los suficientes elementos de juicio como para poderse orientar y determinar, libre y desprejuiciadamente en relación con sus derechos y deberes, sin que influyan los intereses personales y dogmáticos. En cambio, se pueden contar con los dedos de las manos, aquellos dirigentes (Gandhi, Lumumba y pocos más) los que en ese casillero de un alto grado de humanismo y entrega personal han tenido connotaciones que reflejen grados de humanismo implicando una concepción que esté en concordancia con los millones de años de “evolución humana”.
En cambio nos encontramos en la Tierra, con una jauría de seres desenfrenados dedicados en buena parte a provocar miseria y crímenes, enarbolando estandartes dogmáticos y oportunistas. Si tuviéramos que enumerar la lista de fanáticos, de la política o del dogma, que han distorsionado el “buen hacer” de las sociedades humanas, la lista, sólo enumerando a los más recientes, sería muy amplia. A cada vuelta de esquina aparece un caudillo criminal e inconciente o un santo dogmático que agitan los ámbitos sociales tan interesada y personalmente que enturbian todo el horizonte perceptible y, ya que la ciencia está tan evolucionada, los científicos deberían producir algo así como sismógrafos que pudieran medir el sistema neuronal para controlar a aquellos sujetos que tienen introducidas en sus neuronas las características negativas que inducen a estos sujetos a crear fenomenales y negativos problemas. Si tal poder de medición neuronal existiera debería aplicarse como punto referente de control a todo aquel sujeto que, desde sus primeros años escolares, se denota como posible sujeto antisocial. Para ello debería existir una ley universal que aplicaría dichas normas en forma cien por cien aplicable en todos los ámbitos sociales. Es indudable que tal método nos evitaría infinidad de calamidades.
Otro aspecto fundamental de la actividad humana que debería tener controles absolutos se refiere en forma generalizada a las estructuras llamadas judiciales que rigen en ese aspecto la actividad de las sociedades terráqueas. En ese ámbito, las distorsiones a nivel individual y colectivo son chocantes pues existen dentro de los sistemas judiciales normas que rigen la vida social y colectiva, estas se aplican a menudo, lamentablemente, discriminando en forma tal que juegan más los factores de interés que la JUSTICIA. Con esto se distorsiona lo más importante de la convivencia incluso, a veces, se obtiene la impresión de que la llamada justicia protege más a los delincuentes que a los inocentes, lo que conlleva un descreimiento generalizado en los valores de la llamada “justicia” y pruebas contundentes de esto lo tenemos día a día, implicando una peculiar falta de dignidad y de ética en quienes deberían ser un ejemplo diario y evidente de tales condiciones.

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