martes, 22 de junio de 2010

Secuencias

El que esto escribe es Español, tiene 84 años y sufre de ceguera. Ha vivido todos los avatares que llevan consigo las guerras. En 1939, éxodo de España a Francia. En 1940, éxodo en Francia (Normandía al sur de Francia), campo de concentración, hambrunas en España (a cargo de siete hermanos menores). En 1945, otra huída de España a Francia y desde entonces un continuo desarraigo: primero Argentina, después Brasil. 1988, regreso a España. 1990 cortas estadías en Moscú. Alma Ata. Kazajstán. Vuelta a España y, en el 2002, desafortunada vuelta a la Argentina.
Todo esto ha implicado una enorme cantidad de experiencias. Todas ellas destinadas a actividades creativas y también con resultados negativos, social y humanamente hablando.
Me declaro política y socialmente como socialista. Sin dogmas ni banderas y también, sin fronteras. Me identifico con seres como Gandhi o Lumumba y más próximos a un Vicente Ferrer y a un José Saramago, y me sucede, demasiado a menudo, que me siento frente a una blanca pared y condicionado a mis propias limitaciones, intento analizar lo que he experimentado y vivido y lo que puedo observar del mundo que me rodea.
No consigo entender ni mucho menos aceptar que ese es el mundo que es y que debe ser. Cuando tal me ocurre saco como consecuencia que el ser humano es un sujeto desequilibrado que no tiene noción de sus condiciones y realidades.
En lo que se refiere a mi país de origen, me siento avergonzado por lo que en él (después de las últimas amargas experiencias) sucede.
Percibo un obsecado antagonismo que persiste en el amargo camino de crear odio y enemigos. España es, particularmente, una de las sociedades que debería haber extraído de sus continuas y amargas experiencias, especialmente de la última: el FRANQUISMO, un amplio concepto humanitarista en el cual, deberían haber desaparecido las odiosas rivalidades que exceden con mucho el campo de la dialéctica y la distensión. Si consideramos lo que se supone que es el ser humano, estos planteamientos cuyo origen trasciende el tiempo, aparecen como propios a miles de años atrás.
No es de recibo para sociedad alguna en que las concepciones dogmáticas y sus planteamientos superen el interés general, cuyas bases se originan en necesidades y deseos de todas las comunidades hacia una misma finalidad: intentar vivir en armonía y obtener el máximo grado de felicidad.
Las constantes desviaciones de este objetivo fundamental de todas las sociedades debería considerarse como un crimen de lesa humanidad: en la persecución de ese objetivo no hay muchos caminos, yo diría que hay uno sólo: amplio y extenso y cuyo recorrido se ve entorpecido por los dogmas, embanderamientos y limitaciones de toda índole, incluyendo las fronteras.
No es posible que perduren a través de los siglos las limitaciones territoriales. No es posible que se usen las lenguas tradicionales para separar. No es posible crear héroes y ensalzarlos porque simple y lamentablemente, dividen. SI ! debe respetarse la riqueza de la creatividad autóctona, debe cultivarse y desarrollarse. Ello es parte de lo que constituye la riqueza cultural de las diferentes colectividades, lo que no implica, bajo concepto alguno, de que ello tenga que servir de pretexto, como ha sido tradicional e histórico, para crear divisiones que originan problemas de toda índole: rivalidades y sangrientas guerras que nublan el pensamiento humano.
La ignorante percepción del universo, basada en dogmas, muchas veces desequilibradas y pueriles, hace tiempo que fue superada. La ciencia nos ha abierto horizontes perceptibles y asumible que, acompañada por la tecnología, nos lleva a un conocimiento que permite y debería obligar a aunar ideas y actividades que nos lleven hacia un objetivo deseado y universal.
Lo que, lamentablemente, observo es que persisten, de la forma más absurda que imaginarse pueda, la insistente permanencia de ideas y conceptos absolutamente descabellados, en lugar de sembrar campos para lo que todos deberíamos aportar el esfuerzo y la semilla.

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